lunes, 21 de abril de 2014

Partir, es morir un poco


Chema Rodríguez contó muchas cosas el día del preestreno de su primer largo de ficción Anochece en la India. Habló largo y tendido del proyecto, de su inspiración, de lo que costó sacarlo adelante, de lo que se perdió y se cambió por el camino…

La historia que Lorenzo del Amo, un español que en los años setenta llevaba hippies hasta la India en su furgoneta y al que un accidente en el río Níger dejó en silla de ruedas, la recogió el mismo Chema Rodríguez en el libro Anochece en Katmandú, y es la que el director toma como referencia para su película. Encuentros de amigos, charlas acerca de volver a un país donde pasaron los mejores años de una vida y la chispa de una idea: el protagonista real no puede realizar ese viaje pero un equipo técnico y artístico sí puede.

Y si Lorenzo del Amo fue la inspiración, Juan Diego fue el alma. El director escribió la historia pensando en el actor andaluz y conseguir su implicación hizo que todo fuera más fácil hasta que, cuando llevaban rodado el cincuenta por ciento del material y gastado el ochenta del presupuesto, la productora quebró. Y hubo cambios y modificaciones y gente que vino y gente que se fue y la aventura pasó a ser gesta heroica hasta conseguir llegar a buen puerto.

Imposible que todo esto no se refleje en la película y le afecte. Y se refleja y le afecta. Para bien y para mal.

Es innegable que sin Juan Diego (Biznaga de plata al mejor actor en Málaga  y segura nominación a Goya) la película no sería la misma. Pero tampoco lo sería sin Clara Voda. Juan Diego es Ricardo, parapléjico, amargado, bebedor con mala leche y peor conciencia que decide regresar a la India, el lugar donde fue feliz, en un viaje del que no piensa volver. Clara Voda es Dana, su asistente rumana, cuyos silencios tienen más fuerza que las continuas salidas de tono de su empleador.

Y Juan Diego, actor menudo de manos pequeñas y ojos penetrantes, que se agiganta en cada papel que toca, encuentra en Clara Voda una actriz capaz de aguantarle y devolverle la mirada y de estar a su altura. El duelo entre ellos es, con diferencia, lo mejor de una película que empieza con fuerza pero a la que sucesivos altibajos acaban pasando factura.

El arranque y la primera parte hasta la llegada a Rumanía están llenos de detalles. No se revela de primeras el propósito final del viaje sino que se dan inesperadas vueltas de tuerca a los conceptos de inmigración, discapacidad y amor de madre. Pero las dificultades son tantas que el viaje muda en epopeya; las vueltas son revueltas en espiral y la historia se aparta de una meta que, quizá siga teniendo sentido en el papel, pero lo pierde a lo largo del metraje, hasta que el espectador se plantee para qué tanto kilómetro…

Pero es obvio que Anochece en la India es un viaje físico y emocional y encerrados en casa la historia sería otra. Ricardo y Dana, Dana y Ricardo no serían los mismos ni llegarían a ese osado final, si no hubieran vivido (y muerto un poco) la odisea física junto con la de sus almas.


Ana Álvarez

1 comentario:

  1. Lamento no haber visto la película y no poder discutir en propiedad sobre ella. Con la escasa información que tenía en la mano antes de leer tu texto, sólo puedo decir que me parece una crítica magnífica que protege el misterio de la película e invita a verla a pesar de las objeciones razonadas que planteas.

    un abrazo,

    jordi

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