martes, 4 de marzo de 2014

Al nacer el día (Kad svane dan, 2012) de Goran Paskaljevic


Una mujer absolutamente desolada, que vive en condiciones nefastas en un lugar siniestro de Belgrado, le dice al profesor de música Misha Brankov (Mustafa Nadarevic), protagonista de Al nacer el día, que tiene que regresar a ese mismo lugar en invierno, cuando caiga la nieve. Le cuenta, con unas lágrimas que recorren su rostro, que no se piense que ese lugar siempre es tan horrible… cuando está cubierto de nieve es tan bonito como un cuento de Navidad. Y eso es lo que hace Goran Paskaljevic, se convierte en un fabulador para traernos su particular versión de un cuento de Navidad como si fuese un Dickens del siglo xxi.

El lugar siniestro y abandonado, donde ahora malviven los olvidados (los más marginados de Belgrado), es el antiguo recinto ferial que se inauguró en 1937 y pronto se convertiría en el campamento Semli  donde empezó a perpetrarse la ‘solución final’ con judíos y gitanos… Ahí se pusieron en marcha los camiones ‘chupa almas’… cámaras de gas portátiles que luego se construirían a gran escala en los campos de exterminio como Auschwitz. Y ese lugar siniestro es descubierto y mirado en 2011 por el profesor de música, que de pronto, tiene que reconstruir su identidad perdida.

El director serbio cuenta una fábula emocionante pero tremendamente pesimista. Al igual que en La otra América sólo encontraba una salida para sus dos protagonistas y era dejarles en un final imposible donde entraba la magia en un relato tremendamente realista; en Al nacer el día Misha Brankov, el profesor de música, recupera el pasado en una escena  sencilla y hermosa pero demoledora. Es otro final imposible.

Siguiendo la similitud con un cuento de Navidad, el profesor de música realiza su particular viaje al pasado, él mismo es el fantasma del presente (donde comprueba que el ser humano nunca aprende y que además de egoísta siempre olvida) y no vislumbra el futuro porque las expectativas son oscuras…

La fábula arranca con la jubilación del profesor y con la llegada de una carta a su hogar: solicitan que vaya al museo judío de Belgrado para hacerle entrega de una caja. Esa caja ha sido encontrada durante las excavaciones de unas cañerías en el antiguo recinto ferial. De pronto Misha Brankov se queda sin pasado y sin identidad al descubrir que en realidad fue adoptado y que sus verdaderos padres terminaron en el campamento de Semli. Ahí en esa caja encuentra una historia desconocida: una fotografía, una carta dirigida a él y una partitura inacabada (su verdadero padre era músico como él) titulada Al nacer el día. Su padre le cuenta en la carta que es la música que escucha en su cabeza en el campo… De pronto esa melodía inacabada se convierte en la obsesión del maestro, el único punto de unión con su historia, su pasado y sus padres. Así comienza el viaje particular del maestro a la búsqueda de su identidad verdadera.

Misha Brankov al tratar de recuperar su pasado, se choca desolado con el presente que le rodea y el futuro que espera agazapado. Y tristemente comprueba que estamos en tiempos oscuros y que se encuentran latentes actitudes que permitieron el horror y el nazismo que arrebataron su historia, su identidad y su memoria.

Goran Paskaljevic rueda con emoción contenida, con colores cálidos —con un predominio de los amarillos, marrones y ocres— en contraste con los blancos suaves de paisajes nevados (también simbólicos), y sigue siempre el rostro de Misha que va descubriendo con nosotros no sólo su identidad sino su visión pesimista sobre el presente. Con ritmo pausado y fundidos en negro, la fábula avanza hasta alcanzar una emoción que remueve. Así el músico observa a los nuevos olvidados (gentes desesperadas por los desahucios, refugiados viviendo en condiciones ínfimas, ancianos solitarios que arrastran historias tristes como hijos únicos perdidos en guerra reciente…) y a esos grupos humanos sobre los que se sigue derramando un odio irracional (los gitanos). Así el descubrimiento más triste es comprobar que la melancolía de esa partitura inacabada que invoca a los muertos, sigue poniendo banda sonora al presente, desolador. Y que esa melodía sólo es respetada, escuchada y tocada por los olvidados, por los excluidos de la sociedad…


Isabel Sánchez

2 comentarios:

  1. No he visto la película, peo tu texto me ha cargado de ganas: en cierto sentido VEO la película a través de tu texto y eso es fantástico. Sólo un apunte: creo que es correcto decirlo de las dos maneras, pero yo -serán manías- siempre prefiero al expresión "fundido a negro" que "fundido en negro". Pero no hagas caso a esta puñetería de crítico cascarrabias, porque el texto está realmente muy, muy bien. Y, sobre todo, creo que tiene el valor de desvelar el sentido profundo de la película, sin destriparla, al tiempo que aporta una buena idea de su estilo, su forma.

    un abrazo,

    jordi

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  2. Isabel,
    Que bonito y profundo comentario de un tema tan duro y tan visto en el cine, que devuelve a su protagonista a ese presente tan desolado y triste. Es cierto que dan ganas de verlo y acompañar a ese profesor de música en su búsqueda. Gracias como siempre.
    Un abrazo,
    Pilar

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